Ceguera


"Ceguera"

Relato erótico
Colaboración de Elefantito



El diagnóstico parecía definitivo: la enfermedad no tenía marcha atrás. Poco a poco iría perdiendo la vista y en tres o cuatro meses como mucho quedaría en la más absoluta oscuridad. Ciego el resto de mi vida. Desde un principio intenté no perder la cabeza, hubiera sido mi perdición, así pues lo acepté como una jugada más del destino. Ciegos los hay en todas partes y estoy seguro que son mayoría los que no desean perder la vida por su condición.

Sin embargo la mayor de mis preocupaciones era ella, perderla para siempre, no conseguir que los años dejaran intacta la memoria de su rostro, de su cara. Olvidar como era significaba para mí la verdadera y auténtica ceguera. Desde muy joven fui consciente de lo endeble de mi memoria, supe valorar en su justa medida el papel de la memoria en la vida del hombre, por eso otorgué una gran importancia a salvaguardar el mayor número de recuerdos posible. De este modo tenía la impresión de no dejar que el tiempo me robara los años vividos: fotografías, cartas, regalos, dibujos, grabaciones. Mi casa estaba abarrotada de recuerdos en un intento desesperado de sobrevivir al tiempo.

Es por esa idea de la memoria que mi primera preocupación cuando el doctor me dio tan amarga sentencia fue el recuerdo de ella. Si no me afanaba en conservar su recuerdo, era muy posible que la perdiera para siempre, reduciéndola a una voz y a un tacto. Suficiente para muchos, supongo, pero no para mi. No sabría vivir sin ver sus ojos, su sonrisa, su cuerpo. Decidí hacer algo antes que evitara ese desenlace: pensé en estudiar cada milímetro de su cuerpo. Primero con la vista, luego con el tacto, y por último con el olfato.

El primer mes me concentré en aprender su imagen. Desnuda se tumbaba en nuestra cama y yo simplemente la recorría con los ojos como si de un libro desconocido se tratara. Acercaba mis ojos a su cuerpo hasta casi tocarlo con mi nariz, quería verla muy de cerca, evitar que el más mínimo detalle se me escapara. Observé los gestos de su rostro, las ondas de su cabello, su cuello, su torso desnudo, sus manos, sus piernas, su sexo. Lo miré todo de cerca, detenidamente, descubriendo un mundo nuevo de pequeños lunares, suave vello, discretas arrugas, y rincones a los que nunca antes pensé en prestar atención. Mientras yo repasaba detenidamente todo su cuerpo, ella permanecía callada, más unida a mí que nunca. En esos momentos ambos sabíamos que ella era el centro de mi existencia, y que lo que intentaba era crear el mundo con el cual soñar una vez caído en las tinieblas de la ceguera.

Cuando mi vista empezó a fallar había conseguido memorizar cada palmo de la mujer a quien amaba, hasta el punto de poder recrearla en mi imaginación siempre que lo deseara y con la más absoluta fidelidad. Había logrado pues retenerla eternamente en mí. La ceguera ya no me preocupaba. Ya avanzada la enfermedad, me dediqué a completar su imagen para hacerla lo más real posible: la toqué.

Del mismo modo que repasé cada parte de su cuerpo con una detenida contemplación, ahora fueron las yemas de mis dedos las que buscaron su cuerpo. Busqué leerla y memorizarla tal y como un ciego haría con un texto braille. Ella permanecía nuevamente desnuda sobre la cama, en completa oscuridad y silencio, mientras yo acariciaba su piel. Empecé por su cabello, después en su cara repasé todas y cada una de sus líneas: sus ojos, el dibujo de su boca, su nariz, sus mejillas, el óvalo de su cara… hubiera sido capaz de reconocerlo entre un millón de mujeres sin posibilidad de error, capaz de leer en su piel el dibujo de sus venas, de sentir en mis manos cada latido, cada suspiro.

Como poseídas, mis manos recorrieron el resto del cuerpo ávidas de información, conscientes del poco tiempo que me quedaban. Finalmente conseguí que aquella imagen que atrapé en un primer momento se dotara de contornos claros y con volumen, haciendo aún más real su presencia. En cualquier momento podía recrear sus manos, o sus labios, tanto su imagen como su tacto.

Cuando ya tuve también su roce junto a su imagen, deseé poseer también su aroma. Atrapé el olor de su cabello, de su boca, de sus pechos, de sus manos… Ella sabía lo importante que todo aquello era para mí, e incluso diría que nunca como en esos momento ella y yo fuimos un solo ser. Adquirí el pleno conocimiento de la persona a la que amaba, sin secretos. Había conseguido crearla de nuevo, sólo para mí, en mi mente, consciente de que ya no la perdería jamás, que la tendría siempre junto a mí.

De este modo fue cómo no sólo perdí el miedo a la ceguera sino incluso a la propia muerte, pues supe que nada podría separarme de ella.